Ella




Cuando una estrella brilla más, un beso ha sido dado.

Las caricias con las yemas de los dedos asemejan a un postre después de la cena donde su sabor perdura horas después.

Si estas solo, dibujas en tu mente la forma que deseas amar porque quieres que esa estrella que todas las noches contemplas, brille tanto que enceguezca a los envidiosos, consuele a los abandonados y bendiga a los caritativos. Defines como quieres que sea desde la forma y color de cabello, como serán sus ojos, hasta que tu ingenio se agota y descubres con angustia, que solo fantaseabas.

Y he ahí que las deidades aprovechan para ofrecerte regalos, que muchas veces pueden ser envenenados, si no he ahí el trágico relato de la caída de Troya donde una beldad extraordinaria nubló los sentidos a un joven que ingenuo creyó en las dádivas de los inmortales quienes se dividieron en bandos para favorecer a su preferido...

Solo aquellos que descubren a quien pueden pedir ese beso real, no sienten angustia ni remordimiento; entonces surge la interrogante:

¿Cuándo un beso ha sido dado...?

Cuando ha sido aceptado con el alma, no solo por lujuria.

Cuando no hay prisas ni tampoco bajezas.

Cuando tu mente se libera de prejuicios que te limiten a una burbuja destructiva. Y finalmente tu caricia perdurara como una marca producida a fuego lento...

Más si no eres finalmente correspondido, solo el vino amargo de la decepción queda en los labios hasta cuando Cronos lo vuelva difuso.


—No soy un extraño para ti... anoche tu cabello le hacía cosquillas a mi nariz mientras minutos antes mis dientes trazaban el camino lento y tortuoso hasta tu abdomen, Eliza.

Las suaves ondas castañas rojizas de Eliza se agitaron furiosas tal como el ánimo de su dueña que con los codos sobre la cama repasaba cada segundo de la noche pasada donde movida por un exacerbante deseo se sumergió entre algodones y perfume masculino, olvidando que aquel iluso de ella se había prendado.

Un iluso que plasmaba entre lienzos desgastados, el prototipo de compañía ideal que tuvo por desdicha experimentar con una imagen que un día su cerebro ebrio de soledad dictó a sus manos. Una cabellera larga ondulada caoba, un rostro con forma de diamante y ojos oscuros que podía jurar eran como un eclipse lunar. Tal como el dibujo que una noche creó, ella apareció.

Le dijo que se llamaba Eliza.

Atracción quizás, pero el abandonó sus lienzos por seguirla y tenerla como las joyas invaluables de la realeza, muchos le decían que era un fantasma disfrazado de diosa nocturna.

Tímido la cortejó. El vino tinto que una noche lluviosa ambos bebieron con la excusa de un banquete pantagruélico los obligó a conocerse mas que una pareja casada a la fuerza y sin nada en común.

—Pareces un ingenuo soñador — dijo sin ningún ápice de maldad.

—El mundo esta sembrado de ellos—suspiró, Eliza lo miró atenta—todos nacemos ingenuos, solo que el paso de la vida puede corrompernos por el simple hecho de tropezarnos con quienes no debemos...

—¿Eres uno de ellos?—pregunto mientras sobaba con la yema de los dedos el filo de la copa de vino, el esbozó una ligera sonrisa que bien podía pasar como una afirmación.

—Lo soy cuando mis pupilas captan una luz, donde los demás ven oscuridad...

Eliza interesada quiso saber más de ese hombre cuyo nombre estaba escrito confidencialmente en una servilleta a un lado de su vajilla de porcelana china, solo ella sabría su nombre. Era un acuerdo.

Cuando lo supo, el papel fue guardado en su cartera de color ocre cuya forma de sobre envió una señal al caballero que supo que esa dama que una noche imaginó, era elegante y misteriosa.

Varias noches se veían y compartían gustos, cenas, bebidas, pero no pasaba de ahí. Hasta que el osado caballero le pidió un beso bajo la luz de una luminaria solitaria de una calle poco transitada rumbo a la casa donde Eliza vivía, porque quería saber si era dulce, amargo, insípido o una quimera de los románticos empedernidos.

—Insisto que eres un ingenuo—murmuró Eliza mientras alzaba su fina mano para palpar la faz del hombre que nada más cerró los ojos—hoy en día sólo existen corazones inundados de lujuria y poco respeto por la dignidad...

De un beso escaló al fuego que precede al encuentro carnal.

Como temiendo que ese momento se rompiera como un frágil vaso de vidrio la aferró contra su pecho profundizando más la caricia, ante su solo tacto ella se estremeció como la hoja al ser tocada por el furioso viento.

Como Eva y Adán se enredaron en las sábanas color vino de la cama amplia, mordieron la manzana prohibida y pecaron...

Eliza despertó del sopor de aquel momento cuando un jadeo imperceptible escapó de los labios de su amante que agotado por el clímax se desplomó. No había aceptado su beso en la forma como él deseaba y le entristecía porque le parecía un hombre razonable que actuaba alineándose al corazón-mente.

A la mañana siguiente vino el rechazo, los vestigios de la noche pasada encerrados en una burbuja de indiferencia se elevaban lejos...

—¡No va a funcionar! —comentó, envolviendo la sábana en su anatomía. Él sonrió triste.

—No has sido una más, yo me sentí a gusto.

Para ella no fue agradable. Su acompañante trató de convencerla, más la reticencia primó. Luego vino el reproche...

 No soy un extraño para ti... anoche tu cabello le hacía cosquillas a mi nariz mientras minutos antes mis dientes trazaban el camino lento y tortuoso hasta tu abdomen, Eliza.

Sin gritar le dijo que se marchara, le devolvía el beso de la noche pasada, solo conservaba los gestos sutiles antes de ese encuentro que no debió ser.

Jamás se volvieron a ver.

Algún tiempo después, Eliza movida por la imaginación, plasmó esa experiencia en varias hojas de papel en forma de dibujos para cerrar ese ciclo. Ella había sido la obra ideal de aquel ingenuo soñador que un día conoció...

Ella, con sus defectos y virtudes.

Ella, llamada Eliza.


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